Monday, June 18, 2007

PERESTROIKANDO: DE VUELTA SIN INOCENCIA

PERESTROIKANDO: DE VUELTA SIN INOCENCIA
2007-06-15.
Pedro Álvarez Peña
Fuimos un grupo de estudiantes cubanos con una suerte inmensa o, será
otra cosa. A pesar de todo lo que traíamos en las mochilas castristas,
tuvimos la dicha de vivir los tiempos de la Perestroika y el Glasnost en
la antigua Unión Soviética. Este aire democrático cambiaría para siempre
nuestras vidas. Tanto fue así, que de nuestro grupo de siete
estudiantes, ninguno regresó a Cuba.

*************

Después de dos años perestroikando en la Unión Soviética llegó la hora
de volver a nuestra tierra. Ansiosos y expectativos realizamos el viaje
que acuñaría nuestros presagios, enorgullecería nuestro nuevo ente
político y justificara nuestros pelos largos.

Volamos desde Moscú. Mi novia, esposa y compañera de vida hoy, no pudo
ir en mi mismo vuelo aquel día. De mis compañeros de clase éramos tres:
El matemático, el negro y yo. Nos sentamos en la cola del IL-62, allí
nos encontramos con un amigo de la preparatoria al que no veíamos desde
entonces. Él estaba perestroiko también algo que notamos muy rápido al
iniciar conversación. Ya en el aire sentíamos que no teníamos control,
alguien dijo: "nuestras vidas están en manos de dios". Así
experimentamos esto de volar por primera vez.

Las cabelleras largas y el espendru ya habían desde el aeropuerto
moscovita llamado la atención de muchos funcionarios. En el asiento
delante de nosotros iba una mujer ya cerca de los cincuenta con porte de
cuadro político. Con ella viajaba su hija y una señora mayor. Pronto nos
comentó de los pelos diciendo que estos muchachos parecen estar
alebrestados. Nos regalo sus cervezas pues dijo no tomaba y hicimos
algunos chistes. Nos dijo que venia de una conferencia donde representó
a la FMC (Federación de Mujeres Cubanas).

Hicimos escala en Gander en el extremo nororiental de Canadá. Antes de
bajarnos del avión nuestra compañera de viaje nos dijo: "Muchachos,
esténse tranquilos y vayan conmigo que con esos pelos no sé lo que puede
pasar". ¿A qué se refería?

Pues era muy conocido que muchos cubanos y últimamente estudiantes
perestroikos se quedaban en Gander pidiendo asilo político. Ya yo lo
había pensado y al bajar del avión al lado de la escalerilla había un
jeep con las puertas abiertas con dos hombres. Lo miré detenidamente,
sabia por comentarios que podían ser ellos con los que uno hablaba para
quedarse. Mi amigo peludo me había dicho que uno podía ir y decirles: "I
want to stay here". Seguí pensando.

Fuimos a una sala de estar grande y allí nos sentamos todos. Parecíamos
ventiladores moviendo la cabeza de un lado al otro, mirándolo todo. Por
cierto muy limpio y ordenado. Estando allí llegó otro grupo grande de
personas. Venían uniformados y en el uniforme tenían la bandera
americana. Al parecer eran del ejército o algo así. Nos miramos unos a
otros como dos equipos de béisbol antes de comenzar un partido. Ellos
pasaron a otra sala.

Después de una media hora allí nos dijeron que era tiempo de volver al
avión. Fuimos de los últimos en salir de la sala de estar y dirigirnos a
la pista. Allí estaba el IL-62 con el jeep todavía al lado. A unos cien
metros de mismo estaba un aeroplano inmenso, un jumbo blanco completo.
Le comenté a mi amigo ese tiene que ser el de los yanquis, mira que
clase de avión. La verdad se veía mucho más grande y sofisticado que el
nuestro.

Entramos de nuevos en el avión y tomamos nuestros puestos. Después de
cuatro horas y pico más de viaje estábamos descendiendo en La Habana. La
alegría fue indescriptible al sentir el calor húmedo de mi tierra y
estrechar los pechos de los seres queridos. Nos despedimos de nuestros
compañeros peludos y emprendimos con la familia viaje a mi ciudad natal
Cárdenas, a unas tres horas de la capital.

La llegada a mi casa fue fantástica. A pesar de ser más de las doce de
la noche estaba llena de gente. Me habían preparado tremendo
recibimiento, arreglado la casa e invitado a todos mis amigos cercanos.
Fue muy emotivo, alegre y de cierto modo inesperado, no solo para mí.
Ellos también se asombraron al verme. Mi mejor amigo de la secundaria,
estudiante después de los Camilitos dijo cuando entré en la sala:
"Solabaya, aquí uno esperando a un comunista de la Unión Soviética y
viene que parece Jesús Cristo".

Pues tenía el pelo ya muy largo, negro y lacio caía por mis hombros unos
quince centímetros sobre la espalda. También ya la barba estaba bien
cultivada y tapaba toda mi cara. Todos tenían que ver con esto y fue el
motivo de las primeras conversaciones. A duras penas me aguante para no
decir lo que quería desde un principio.

Al final cuando solo quedaban mis familiares estallé en berreo
perestroikano ante los ojos atónitos de mis interlocutores. Me
preocupaba por mi cuñada a la que no conocía personalmente hasta ese día
pero escuchó ella también todo lo que traía en el alma revolucionaria de
verdad. En unos minutos eché por tierra todo lo bueno que mis hermanos y
cuñada pensaban de la Unión Soviética y su sistema, les conté de los
errores pasados y las buenas nuevas de allá, mi esperanza de que pronto
llegarán a nosotros. A mi padre lo note preocupado, mi abuelo reía.

Al acariciar mi colchón por primera vez después de dos años me sentí
reconfortado. No me quedé en Canadá pero había visto de nuevo a mi
familia, me casaría con mi novia y era importante que ellos supieran
estas cosas y lo que pudiera venir en el futuro.

A los dos días de mi llegada comenzaba el juicio al general Ochoa, lo
que ocuparía los espacios televisivos las próximas noches. No seguí la
farsa pues lo poco que vi no me invitó a mirar más.

Salir a la calle era una cosa especial pues todos te miraban, en el 1989
había muy pocos hombres con el pelo largo sobre todo en el interior
del país. Tengo varias anécdotas sobre esto. Al segundo día de estar
allá fui con un amigo al Cabaret del Hotel Internacional en Varadero;
después de un rato allí se nos acercaron dos tipos y le comentaron algo
a mi amigo que repostó: "él es extranjero". Sin más se retiraron los
hombres; al parecer el pelo largo era n buen disfraz.

Otro día en La Habana fui a despedir a mi recién casada esposa al
aeropuerto. Allí me encontré con los peludos y nos fuimos juntos al
centro. Nos bajamos en Boyeros y fuimos a la pizzería frente a la Ciudad
Deportiva. Allí estábamos vociferando cosas y riéndonos, mi amigo tenía
unas revistas Newsweek que estábamos hojeando.

Al rato se nos acercaron dos policías y nos pidieron documentos. Mi
compañero de Rusia enseño el pasaporte nuestro, nos habían dejado tener
pasaporte durante las vacaciones; que era rojo y se le había borrado el
escudo. Un policía le dijo al otro: "Dejémoslo que son palestinos".

Saqué dos conclusiones: Ese policía seguramente nunca había visto un
pasaporte oficial cubano como el que teníamos nosotros y segundo los
pelos largos de nuevo nos hacían pasar por inadvertidos pues el
uniformado tampoco estaba acostumbrado a ver jóvenes cubanos con larga
cabellera.

Nos encontramos varias veces más durante las vacaciones con los peludos
y el negro. En uno de esos encuentros nos ocurrió otra cosa con los
pelos no muy agradable pero de buena experiencia. Estábamos en casa de
un amigo cuando por algo salimos a la calle. Allí nos encontramos con
unos vecinos del lugar y uno de ellos tenía visita. Un médico cubano que
pronto supimos había cumplido misión en Vietnam.

La esposa del mismo empezó a sacarle lascas al asunto preguntando de
porque teníamos el pelo largo y que creíamos de la Perstroika. Le
respondimos que la Perestroika era lo mejor que estaba pasando y que
teníamos el pelo largo porque nos daba la gana más o menos. Ella se
encargaba de repostar que lo hacíamos en protesta.

Al rato vino el esposo médico gritando: "Denme unas tijeras que voy a
pelar a los tipos estos", la cosa se ponía fea. Seguía: "Oye vamos a
hacer como en los setenta". Se destapaba su quehacer político. Le
pregunte cual buen médico era entonces y se arrebató. Ya venia para
arriba de nosotros cuando salio el vecino que vivía en la casa y lo
aguanto. Él le argumentaba que lo ayudará en su tarea. El vecino decía
que dejara a los muchachos. Así nos retiramos del lugar con los pelos a
salvo.

A partir de ahí me cuide más de cómo hablaba sobre todo con la gente un
poco mayor que yo. Los jóvenes de mi edad, todos los que estudiaron
conmigo, vecinos y primos escucharon la realidad que había experimentado
en Rusia y mis ideas en desacuerdo del sistema que teníamos.

Recuerdo un día en el Copelia con mi mujer, unos muchachos que la
conocían a ella llegaron y nos dijeron: "Los perestroikos, vivan"
Hablamos cantidad con ellos de todo y sentíamos comprensión y que
incluso compartían nuestros criterios sin nada que reprochar. También
nos encontramos en el parque con el mejor amigo de ella. Estuvimos
hablando largo rato. Coincidimos en que queríamos que el equipo nacional
perdiera en béisbol contra los americanos, cosa que no muchas veces más
he experimentado en mi vida con otras personas.

Todas estas cosas de mis últimas vivencias en mi tierra hoy
reflexionando me hacen sentir bastante mal. Pues hace 18 años, es decir
una generación atrás estaba nuestro país deseando un cambio. Al menos de
la mayoría de los jóvenes que encontré allí; incluso en diferentes
ciudades y regiones. Se respiraba cierto aire esperanzador,
perestroikano; desgraciadamente como siempre esperábamos.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=10483

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