Tuesday, June 12, 2007

Guayaba y gaceñiga

Sociedad
Guayaba y gaceñiga

A pesar de la propaganda oficial, las condiciones de vida de los
ancianos cubanos desinflan los elogios.

Federico Fornés, La Habana

martes 12 de junio de 2007 6:00:00

Gregoria Benito a veces no reconoce al Jesús sangrante colgado en la
sala de su casa, así que no se le pida que sepa quién es Eugenio
Selman-Housein Abdo.

"¿Un terrorista?", responde sin más cuando se le pregunta. Tiene 77 años.

La señora Benito, jubilada de maestra de enseñanza primaria, se ganaba
la vida bordando canastillas o tejiendo, pero su incipiente Parkinson la
sacó del negocio.

No se rinde. Ahora vende mermelada de guayaba y gaceñiga (panetela) en
el portal de su casa. Con voz afelpada invita a todo el que pasa.

"No tengo idea. ¿Es cubano?", inquiere Zenón, mascando un mocho de
tabaco. Entre escupitajos, pregona bolsas de nylon a la entrada de un
mercado de barrio y la saliva se le escapa cuando farfulla. Sobrepasa
los 80.

Muchos como ellos ignoran quién es el doctor Selman, hasta hace unos
meses médico de cabecera de Fidel Castro. Sin embargo, el galeno tiene
"buenas noticias" para ellos.

"Cuba resulta un país ideal para alcanzar los 120 años", sostuvo Selman
al dirigirse al V Congreso Internacional de Longevidad Satisfactoria,
que tuvo lugar en el Hotel Nacional de La Habana.

Para el experto, hay seis normas básicas para llegar a una edad avanzada
de manera satisfactoria. La primera es la motivación, "que es lo que le
impulsa a uno a hacer cosas"; siguen una alimentación moderada, salud,
actividad física, cultura —"porque espiritualmente te hace bien y te
relaja, el estrés es una de las enfermedades más graves que tiene el
mundo"—, y el medio ambiente, "empezando por el cuarto donde uno vive" y
atendiendo cosas como la luminosidad o los ruidos.

Las pautas de Selman-Housein suenan a ciencia ficción cuando Filiberto
mira para el techo.

Inventando

"Un buen día me cae encima", dice señalando con la barbilla sin afeitar
las vigas salientes.

Por tramos, el techo ha perdido el estuco y las capas de masilla. Los
lamparones de humedad son concéntricos. Hacen que la habitación tome
aspecto cavernario. El sol se abre paso a través de una ventana que
pronto dejará de serlo. Hay fresco.

"Si duermes con luz, no llegas a los 120 años", afirmó en su conferencia
Selman Housein, porque "la luz hace que la glándula epífisis no segregue
melatonina, que es la que profundiza el sueño", explica.

Apoyándose en su cayado de ajete, Filiberto recorre entre cuatro y cinco
kilómetros vendiendo haraganes. Los fabrica con recortes de goma y por
cada uno pide treinta pesos. Trabajó casi toda su vida como inspector de
trenes. Con su jubilación de 250 pesos, unos diez convertibles, cubre
sus primeros días de mes. El resto "hay que inventar, ¿y qué no inventa
el cubano?".

Gregoria, Zenón o Filiberto no son noticia en La Habana. Como muchos
ancianos, ni se sabe cuántos, viven incrustados en un mundo de carencias
del que saben saldrán con la muerte.

Ni leen, ni escuchan noticias, ni pasean, ni "comen fuera", y el
televisor, soviético y arrinconado, habla de una vida pasada. Tienen
bastante de que ocuparse con tratar de llevarse un plato a la boca y
comenzar, solitarios, una existencia sin alicientes.

De acuerdo con datos oficiales, la expectativa de vida del país es de
76,8 años y se espera que en el próximo quinquenio llegue a 80 años.

De una mano a la otra

El gobierno se ufana de su sentido previsor. Hace más de quince años se
viene preparando para asumir un fenómeno indeseable: el progresivo
envejecimiento de la sociedad, cuyo segmento de personas con 60 años o
más sobrepasa la cota del 15% del total de habitantes.

En el período, dispuso una red de gabinetes geriátricos en capitales de
provincia, sobre todo para ofrecer charlas, procuró que más de 400.000
adultos mayores participen diariamente en actividades físicas y sociales
en los llamados "círculos de abuelos", y hace un par de años aumentó en
cincuenta pesos como promedio las jubilaciones.

La inyección financiera benefició a 6,6 millones de personas por
incrementos de salarios, pensiones y prestaciones de la asistencia social.

Coincidentemente, el Estado subió la tarifa eléctrica y escalaron los
precios al consumidor en los mercados en divisas y agropecuarios de
libre concurrencia. Todavía más, muchos productos subsidiados también
cayeron en la vorágine inflacionaria.

El café, uno de los artículos más consumidos por los ancianos, mejoró en
calidad pero aumentó su precio en más del doble.

"Fue como pasar dinero de una mano a la otra", reconoce un economista.

Según un estudio especializado, un núcleo familiar promedio de cuatro
personas, dos adultos y dos menores de edad, aumentó sus ingresos
salariales en unos 105 pesos. Al mismo tiempo, el incremento de algunos
precios de la canasta básica normada elevó esos gastos a unos 90,6 pesos
mensuales.

Con la diferencia, tal familia deberá hacer magia: asumir las tarifas
eléctricas, que subieron hace dos años, acudir al mercado libre de
alimentos y cubrir otras necesidades de productos de primera necesidad
que se venden sólo en pesos convertibles o en pesos cubanos, a muy altos
precios.

A inicios de la actual década, un análisis del Centro de Estudios de la
Economía Cubana estimó que un núcleo promedio de cuatro personas en La
Habana necesitaba siete veces sus ingresos salariales para cubrir un ABC
de necesidades.

Letra muerta

El artículo 3 de la Ley de Seguridad Social de 1979 establece que "se
protege especialmente a los ancianos; a las personas no aptas para
trabajar; y, en general, a todas aquellas personas cuyas necesidades
esenciales no estén aseguradas o que, por sus condiciones de vida o de
salud, requieran protección y no puedan solucionar sus dificultades sin
ayuda de la sociedad".

Filiberto es uno de los que espera que ese artículo 3 no sea letra
muerta. Su solicitud para el arreglo del techo y las ventanas data de
hace dos años.

"Los trabajadores sociales me tomaron todos los datos, pero nada. Me
dicen que hay mucha gente necesitada. Ya están de nuevo las lluvias y
tengo que estar toreando las goteras", se queja.

Zenón piensa que si su nieto, que trabaja de maletero en un hotel, "le
deja caer algo", se tirará a descansar un par de semanas y tendrá para
mejores tabacos. "Son mi vida", manifiesta entre chupadas.

"Y gracias que tengo las medicinas que me mandó el médico", exclama
agradecida Gregoria. Son casi las once. Nadie pasa, nadie compra, pero
ella sigue pregonando, casi susurrante, en medio de la noche.

"El poder de Dios es inmenso", dice espantando las moscas del plato que
ella sólo es capaz de ver. "Alguien vendrá".

http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro-en-la-red/cuba/articulos/guayaba-y-gaceniga/(gnews)/1181620800

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